Una gran parte de los recursos económicos que utilizan las Administraciones públicas para su propio funcionamiento, así como para cubrir las necesidades de la población, proviene del dinero que los ciudadanos y las empresas están obligados a pagar en forma de impuestos. Te explicamos en qué consisten, cómo se utilizan y cuáles son algunas de las características más importantes que debes conocer a la hora de identificarlos.
Aunque a veces no seamos conscientes de ello, los impuestos son una parte muy importante de las transacciones financieras que realizamos a diario. Cuando pagamos la compra en el supermercado, compramos una casa o repostamos en la gasolinera, entre otros, estamos contribuyendo con una porción de nuestro dinero al funcionamiento de los países o regiones donde llevamos a cabo dichas actividades económicas.
Por ello, podemos entender los impuestos como aquellas cantidades de dinero que una persona o empresa está obligada a pagar a favor de la Hacienda Pública para contribuir con la financiación del gasto y la inversión pública en el lugar donde vive. Al ser obligatorios, los contribuyentes tienen que pagarlos según los casos que determine la fiscalidad de cada país y sin esperar ninguna contraprestación de forma directa, es decir, que no pueden exigir nada a cambio por estos tributos.
Pese a que podríamos pensar que se trata de un instrumento fiscal del mundo moderno, la realidad es que en civilizaciones tan antiguas como la egipcia, griega o romana ya utilizaban el cobro de impuestos como método de recaudación cuando necesitaban construir pueblos, carreteras o acueductos. En la actualidad, los Estados también utilizan el dinero de los impuestos para pagar los proyectos de infraestructura, así como para costear el propio funcionamiento interno de las administraciones o invertir en servicios públicos como la sanidad, la educación o la seguridad.
Por otro lado, a la hora de pagar los impuestos existen algunas expresiones que son frecuentes, pero no siempre queda claro su significado o importancia. Conocerlas nos ayudará a entender mucho mejor cómo funcionan y cómo se calculan dichos impuestos.
Impuestos directos e indirectos, ¿en qué consisten?
El nombre, el valor o la obligación de pagar uno u otro impuesto puede cambiar dependiendo del país donde nos encontremos. Por ello, una forma sencilla para entender mejor cuándo estamos pagando impuestos es diferenciándolos por la manera en la que los abonamos. Pueden ser de forma directa o indirecta.
Impuestos directos
Son los que paga una persona o empresa por generar ingresos (riqueza) o poseer un patrimonio (bienes). Se les denomina directos porque se grava directamente a un contribuyente que está plenamente identificado y cuyo cálculo se realiza teniendo en cuenta su capacidad real de pago. Los salarios, el rendimiento de las inversiones, las ganancias de un negocio, los premios o la revalorización de los bienes, entre otros, son algunos ejemplos de impuestos directos. En países como España, al impuesto que pagan las personas por obtener beneficios económicos se le conoce como IRPF (Impuesto de Renta sobre las Personas Físicas) y al que pagan las empresas por sus ganancias se le denomina IS (Impuesto de Sociedades), mientras que en otros países como México, tanto las personas físicas como las empresas tributan a través del ISR (Impuesto sobre la Renta).
Impuestos indirectos
En este caso no se tiene en cuenta la capacidad económica de cada contribuyente, sino que se impone un porcentaje adicional que todos los consumidores deben pagar en el momento de adquirir los productos y servicios. Es decir, se grava el consumo de una forma general e igual para todos. Es por este motivo que en el supermercado todas las personas pagan el mismo porcentaje de impuestos en la compra o que a todos los propietarios de coches les cuesta lo mismo un litro de combustible. Uno de los impuestos indirectos más extendidos en España, por ejemplo, es el del IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido), que puede incrementar en tres diferentes porcentajes el precio de lo que consumimos. El primero de ellos es el tipo general, que grava por defecto con un 21% a la mayoría de los bienes y servicios que hay en el mercado (ropa, electrodomésticos, eventos deportivos…); el segundo es el tipo reducido, en el que se aplica un 10% a una lista que incluye la hostelería, restauración, transporte, entre otros; mientras que el tercer tipo es el superreducido, que grava con un 4% a los considerados como bienes y servicios de primera necesidad, como alimentos esenciales, medicamentos o libros.
Otras formas de clasificar los impuestos
Además de los impuestos directos o indirectos que hemos explicado, también existe otra forma de clasificarlos, según diferentes aspectos. Encontramos el caso de los impuestos objetivos, que son aquellos gravámenes que no tienen en cuenta las circunstancias particulares de cada contribuyente para calcular su pago, como el IVA, y los impuestos subjetivos, que, por el contrario, sí se fijan en aspectos como el número de hijos que tiene una persona, su edad o el estado civil y que, en función de esa información, ajusta - a la baja o al alza- la factura tributaria. Un ejemplo de este último es, en el caso español, el IRPF.
La frecuencia en el pago es otra forma de clasificar los impuestos. Por ejemplo, si es un gravamen que pagamos una única vez como consecuencia de una operación económica, como puede ser recibir una herencia, entonces hablamos de impuestos instantáneos, ya que no se repiten hasta que no se cumpla nuevamente con el requisito, mientras que, si se trata de una situación financiera que se mantiene en el tiempo, como lo es la propiedad de un inmueble, entonces el impuesto será periódico (generalmente anual) y únicamente dejará de existir cuando desaparezca también la titularidad sobre el inmueble. Como vemos, un mismo impuesto puede pertenecer a diferentes categorías de clasificación. Retomando el ejemplo del IVA, este se puede clasificar como indirecto, objetivo e instantáneo.
Por otra parte, aunque hemos visto que la principal función de los impuestos es recaudar dinero para el funcionamiento de las Administraciones públicas también pueden diseñarse para que cumplan otros objetivos. Hay casos en los que se crean impuestos para desincentivar algunas actividades económicas o disminuir el consumo de ciertos bienes o servicios, según las necesidades de cada administración. Un ejemplo muy popular es el impuesto que algunos países o regiones ponen a industrias contaminantes con el fin de promover otro tipo de sectores productivos sostenibles o también el que imponen a productos como los combustibles de origen fósil para cumplir con sus objetivos medioambientales en la lucha contra el cambio climático.
Diferencia entre impuestos, tasas y contribuciones especiales
Tanto los impuestos, las tasas y las contribuciones especiales son tributos que los contribuyentes abonan para la financiación del Estado. Sin embargo, la diferencia radica, principalmente, en que las tasas son los pagos que un contribuyente hace para acceder a un servicio concreto ofrecido por la Administración, como la expedición del documento nacional de identidad o la inscripción en exámenes para participar en ofertas públicas de empleo. En el caso de las tasas, los valores a pagar son, generalmente, los mismos para todos los ciudadanos y están determinados con anticipación.
En cambio, las contribuciones especiales son pagos que se realizan a las administraciones a cambio de un beneficio o contraprestación percibida, como obras públicas que revalorizan una propiedad o la instalación de servicios públicos que benefician directamente a una comunidad en concreto.
Cuando entramos en la etapa adulta o conseguimos nuestro primer empleo, surge la duda sobre si debemos o no declarar impuestos. Por eso, en Tu Futuro Próximo, el blog de Santander Consumer España, encontrarás este artículo en el que aprenderás cuándo empezar a hacer la declaración de la renta.