Para pagar en un supermercado la compra de la semana, comprar unos billetes de avión para las próximas vacaciones… Las tarjetas de crédito y débito son, frecuentemente, el método de pago favorito de muchos consumidores. Sin embargo, debemos conocer sus diferencias para descubrir cuál se ajusta más a nuestras necesidades.
Las tarjetas de crédito y débito son los instrumentos de pago que, usualmente, suelen ir vinculados a las cuentas corrientes. Popularmente se utiliza el término “tarjeta de crédito” para referirnos a ambos casos indistintamente, pero las características de cada una de ellas son diferentes. A continuación, repasamos las particularidades de la tarjeta de crédito frente a la de débito y las preguntas más frecuentes al respecto.
Fondos disponibles: ¿cómo funciona el pago con una tarjeta de crédito?
La diferencia más importante cuando hablamos de tarjetas de crédito frente a las de débito es que, en el primer caso, la entidad bancaria pone a disposición del cliente una serie de fondos –con un límite acordado- para que haga uso de ellos.
Esto es lo conocido como “crédito abierto”, una modalidad de préstamo de dinero por parte del banco en la que el usuario dispone de una cantidad máxima que no está obligado a usar en su totalidad y solo deberá devolver la parte proporcional que sí haya utilizado junto a unos intereses, si aplica. Cada vez que quiera recurrir a esta opción, no es necesario que se firme un nuevo acuerdo.
TIN y TAE, ¿qué papel juegan en las tarjetas de crédito?
El TIN es el Tipo de Interés Nominal y hace referencia al dinero que pagamos a un banco por el capital que nos han prestado. La TAE, por su parte, es la Tasa Anual Equivalente y recoge las comisiones, el plazo de la operación y el propio TIN. Ambos, aunque especialmente la TAE, son indicadores importantes a la hora de comparar las tarjetas de crédito que ofrecen las distintas entidades y saber qué costes supone usar cada una de ellas.
En contraposición al crédito abierto está el crédito cerrado, pero esta tipología no corresponde a las tarjetas de crédito, sino que está presente en la naturaleza de aquellos préstamos en los que la entidad abona la totalidad del dinero en una sola vez –como ocurre con las hipotecas o los créditos personales-, la cual debe ser devuelta en el periodo acordado junto a unos intereses. Una vez se cuente con la cantidad de dinero prestada, si se desea obtener más, se debe realizar un nuevo contrato.
Esta situación –tanto si contamos con un crédito abierto o cerrado- no sucede si tenemos una tarjeta de débito, ya que en ellas solo podemos usar el dinero que hayamos ingresado previamente. Una vez se acaben los fondos, la tarjeta no podrá utilizarse como medio de pago.
Además, cuenta con opciones de abono diferentes a las de una tarjeta de débito, con la cual, al pagar el precio de un producto y servicio, automáticamente el dinero se deduce de la cuenta corriente. Con el crédito, el consumidor puede elegir de manera flexible la forma de pago. Puede optar, por ejemplo, por aplazarlo a final de mes o, por el contrario, fraccionarlo en cuotas –modalidad conocida como “revolving”.
Sin embargo, si hablamos de las formas en la que estas se pueden presentar, son iguales en ambos casos: hoy en día, con las tarjetas de crédito y débito disponemos de una versión física tradicional, y una virtual, que podemos configurar en nuestros dispositivos inteligentes como teléfonos o relojes para pagar con ellos, siempre y cuando dispongan de la tecnología NFC que posibilita esta operación, entre otras.
Cargos asociados: cuando pagas con una tarjeta de crédito, ¿te cobran comisión?
En países como España, no es legal que una empresa cobre una comisión por pagar con tarjeta, ya sea de crédito o débito. Ahora bien, existen otras comisiones como la de emisión y mantenimiento que sí pueden existir en ambos casos; sobre todo, es más frecuente cuando hablamos de la de crédito.
También pueden existir cargos cuando queremos retirar dinero en un cajero automático. Frecuentemente y si se trata del banco del que somos clientes, con las tarjetas de débito podremos realizar la operación sin comisiones; mientras que las de crédito pueden llevar intereses por el dinero que la entidad concede. Si, por el contrario, queremos sacarlo de cajeros automáticos que no son de nuestro banco, el uso de ambos tipos de tarjetas suele conllevar un adeudo.
Además, las tarjetas de crédito pueden llevar asociados otros tipos de cargos generados por los intereses por pago aplazado, es decir, por posponerlo a final de mes o fraccionarlo, como comentábamos anteriormente. La demora en el pago también se contempla en estos casos, figurando en el contrato de la tarjeta a partir de qué día de impago se comienza a cobrar intereses –esto varía en función de la entidad, pero muchas de ellas dan un determinado margen para que el usuario pueda abonar la deuda sin penalización.
Por último, están los intereses por exceso de crédito que se producen cuando el cliente supera el importe total del dinero prestado por el banco; o, en otras palabras, el límite de la línea de crédito.
Seguros: ¿qué hacer en caso de fraude con tarjeta de crédito?
Para saber los seguros asociados a nuestra tarjeta de crédito o débito, debemos acudir al contrato que tenemos con la entidad bancaria, donde se recogen estas condiciones. En muchos casos, las tarjetas de débito suelen tener protección ante robos, etc.; frente a las de crédito donde estos seguros se amplían, cubriendo otros supuestos como accidentes, viajes, fraudes, etc.
En cualquier caso, si observamos comportamientos sospechosos en nuestras cuentas corrientes y pagos que no hemos efectuado nosotros, debemos ponerlo rápidamente en conocimiento de nuestro banco a través de las distintas vías de atención al cliente disponibles.
No obstante, para prevenir posibles actividades fraudulentas, es muy recomendable usar solo estos dos instrumentos en entornos de comercio electrónico seguro. Además, si contamos con la aplicación de banca digital, en muchas entidades podremos tener la funcionalidad, a un solo clic, de encender y apagar las tarjetas –lo que supone activarlas y desactivarlas para que se pueda o no hacer uso de ellas.