Antes de tomar cualquier decisión, en nuestra mente se disputa una batalla: las razones emocionales contra las racionales. Cuando ganan las primeras, hablamos de que se ha producido un sesgo. ¿Y qué sucede cuando esta situación se da ante decisiones económicas y financieras?
A David le gustaría comprar un televisor nuevo y ha comenzado a mirar ofertas. Hay dos que le han llamado la atención; la primera, que es ligeramente más barata, es de una tienda a 20 kilómetros de su casa, la segunda, a dos calles. A pesar del tiempo que David va a invertir en ir al establecimiento que está a 15 minutos en coche de su casa y de la gasolina que va a tener que destinar a ello, él prefiere comprar la que, a simple vista, es más económica. Pero si nos paramos a pensarlo detenidamente, tras haber invertido tiempo y dinero en ir la tienda, ¿sigue siendo la que menos coste tiene?
Para tomar esta decisión, David se ha basado en un sesgo cognitivo, es decir, aquellos “atajos” intuitivos y emocionales que nos pueden jugar una mala pasada a la hora de tomar decisiones relativas a nuestra salud financiera. Entre los más comunes, encontramos el sesgo del exceso de confianza, que se produce cuando nos confiamos demasiado, el sesgo de disponibilidad, cuando elegimos algo solo porque es la opción más visible, o el sesgo de la ilusión de control, que nos lleva a pensar de forma engañosa que tenemos influencia en ciertas circunstancias.
En el caso concreto de David, él se ha regido por el sesgo de anclaje, ya que ha tomado su decisión en función del precio del producto que quiere adquirir, que en este caso, ha sido el “ancla” que le ha llevado a quedarse con esa opción sin cuestionarse ningún otro factor.
Pero, ¿cómo podemos poner freno a los sesgos cognitivos para que no enturbien nuestras decisiones financieras y gane así la racionalidad?
En primer lugar, la educación financiera puede ayudar a reducir el impacto de los sesgos cognitivos. Conocer en profundidad las causas y las consecuencias de los movimientos e impactos económicos nos ayudará a tomar mejores decisiones. Por ejemplo, en el ámbito de la inversión, contar con cierta formación en la materia puede darnos una imagen más completa sobre qué es mejor y qué nos puede perjudicar. La motivación es otra pieza clave a la hora de tomar decisiones racionales que van a impactar en nuestra salud económica, y aprender a reflexionar y a ver los problemas desde diferentes perspectivas, también. Además, conocer técnicas para controlar el optimismo inundará de racionalidad nuestras decisiones.
Por último, es importante estandarizar nuestros procesos de decisión en los que podemos incluir, por ejemplo, un listado de ventajas e inconvenientes ante las diferentes opciones entre las que debemos elegir.