La huella de carbono se suele asociar a las organizaciones con el desarrollo de sus actividades. Sin embargo, cada uno de nosotros también generamos una huella que debemos compensar. Todo empieza en nuestros hogares y la domótica se vislumbra como un aliado para mitigar nuestro impacto en el planeta.
Las viviendas constituyen una de las fuentes principales de emisión de CO2 a la atmósfera. En países como España, de forma anual se estima que cada hogar emite 12,5 toneladas de gases de efecto invernadero de media; una cantidad que, lejos de disminuir, ha seguido aumentando en los últimos años. Esta contaminación proviene, en gran parte, por el consumo indiscriminado de energía.
Para revertir esta situación, cada vez más usuarios apuestan por la domótica, un conjunto de tecnologías orientadas a controlar y automatizar las viviendas de manera inteligente. Estos sistemas, cada vez más innovadores, disponen de sensores que recogen la información, la procesan y convierten en órdenes a unos actuadores. De esta forma, por ejemplo, el sistema de riego se puede activar solo cuando las condiciones meteorológicas y la humedad del suelo así lo requieran; o las luces se pueden volver más tenues, en función de la luz solar que entre en una habitación y del número de personas que permanezcan en ella.
La domótica aplicada a las viviendas (smarthomes o casas inteligentes) tiene múltiples ventajas, entre las que destacan:
Precisamente sobre este último beneficio, la domótica está cobrando una importancia especial a la hora de frenar las consecuencias del cambio climático. Esta tecnología se ha convertido en un elemento clave en la transición a una economía verde, en la cual, tanto particulares como organizaciones, tenemos un papel fundamental. En palabras de nuestra presidenta, Ana Botín, “debemos construir una economía verde, lo que demanda un gran cambio no solo en cómo hacemos negocios sino en cómo vivimos”.