13/01/2025
Juan Cerruti
Economista Jefe Global de Santander
En este mundo volátil, los conflictos geopolíticos en curso, la incertidumbre sobre el rumbo económico que tendrá la nueva administración en Estados Unidos y su impacto en el resto del mundo, y factores estructurales como el envejecimiento poblacional o la irrupción de la inteligencia artificial hacen que cualquier especulación sobre el devenir económico en 2025 tenga un carácter tentativo.
Sin embargo, el punto de partida de la economía global este año es francamente positivo. El mundo está completando uno de los ciclos de aterrizaje suave (soft-landing en inglés) más favorables de la historia contemporánea. Existen pocos registros históricos de períodos de endurecimiento monetario global (subida de tipos de interés generalizada) que hayan sido tan exitosos en reducir la inflación sin deteriorar significativamente la actividad económica ni generar desempleo.
La subida global de tipos de interés aplicada en 2022 y 2023 logró con el tiempo retornar la inflación a niveles aceptables. Hoy ya se encamina al objetivo del 2% en países como Estados Unidos o en la Eurozona. Y se alcanzó con el mundo creciendo en torno al 3% en 2024, un nivel de crecimiento nada despreciable.
Así, el comienzo de 2025 encuentra al mundo en un proceso avanzado de recortes de tipos de interés, inflación a la baja, crecimiento sostenido y mercados de trabajo con bajo nivel de desempleo. Estados Unidos está en un aterrizaje a veces tan suave que parece que no fuese a aterrizar siquiera, dada la asombrosa fortaleza de su economía.
Europa, en cambio, está en una tímida recuperación cíclica, con dos realidades diferentes entre los países del sur (con fuerte crecimiento, como España) y los del norte, con los problemas estructurales que enfrenta Alemania (que representa el 30% del PIB de la región), a lo que se suma la delicada situación política en Francia.
Del otro lado del mundo, China sigue su desaceleración estructural, viajando de una tasa de crecimiento anual del 5% al 4% en los próximos años a medida que su economía adopta patrones de un país de ingresos medios.
La gran pregunta por responder este año será qué políticas económicas finalmente aplicará Donald Trump. El mercado ha anticipado el Trump Trade, la idea de que la nueva administración traerá en el corto plazo más crecimiento y desregulación, pero también algo más de inflación de la esperada y tipos de interés que se estacionarán algo más arriba de lo esperado previamente, con la consiguiente fortaleza del dólar a nivel mundial.
La incógnita es si este considerable ritmo de crecimiento en EE.UU. será en detrimento del crecimiento en otras partes del mundo — con monedas algo más débiles, como ya estamos observando—, creando un periodo de divergencia global.
Para Europa, la llegada de Trump vuelve a poner sobre la mesa lo que los informes Letta y Draghi ya anticiparon: se requiere un “reseteo” total de la competitividad de la región, con una visión holística y de 360 grados para no perder el tren del crecimiento. En los últimos trece años el crecimiento promedio de la economía estadounidense fue 1 punto porcentual superior al de Europa.
Al mismo tiempo, la presión fiscal en los Estados Unidos hoy es casi 15 puntos porcentuales menor que en Europa (25% del PIB en EE.UU. vs 39% en promedio en los cinco países más grandes de Europa). Europa debe reiniciar la economía sobre la base de una mayor productividad que estimule la competitividad. La regulación también debe ponerse al servicio del crecimiento perdido.
Los países de la región se enfrentan también a los efectos de la nueva administración en los Estados Unidos. Luego de sortear exitosamente el período de subida de tipos globales, ahora la fortaleza del dólar pone presión a algunas de las monedas de la región, obligando a sus bancos centrales a no descuidar la política monetaria y encarar los desvíos fiscales heredados de los últimos años.
Ello, junto a los descendentes precios de las commodities, obligará a gestionar la política económica con pericia. La región tiene buenos fundamentales externos (niveles de reservas, balanza comercial, etc.), aunque aún debe avanzar en el plano fiscal para hacer converger la deuda a niveles sostenibles en el largo plazo.